21-08-2025
En la industria turística, hay preguntas que se repiten en todos los foros, ferias y rondas de negocios: ¿cómo evitar la saturación en los destinos más visitados?, ¿qué hacer con el desequilibrio territorial que deja grandes zonas fuera del mapa turístico?, ¿cómo redistribuir flujos sin perder ingresos? La descentralización aparece cada vez con más fuerza como un enfoque posible, aunque todavía con muchas zonas grises cuando se la intenta implementar.
En América Latina y Estados Unidos, la concentración turística sigue un patrón bastante claro. En la mayoría de los países, entre tres y cinco destinos absorben la mayor parte del turismo internacional y doméstico. Cancún, Miami, Punta Cana, Nueva York, Ciudad de México, Cartagena, Los Cabos, Orlando. A eso se suman picos de temporada muy marcados y una creciente presión sobre la infraestructura urbana. El resultado: problemas ambientales, encarecimiento del costo de vida para los residentes, y una experiencia cada vez más estandarizada para el visitante.
En paralelo, hay cientos de localidades con atractivos, identidad propia y capacidad de crecimiento que siguen al margen del radar turístico. No por falta de valor, sino por falta de estrategia, conectividad o decisión política.
La descentralización no es un eslogan, sino una acción deliberada que implica redistribuir flujos, pero también adaptar la oferta y acompañar a los nuevos destinos con inversión, formación y promoción diferenciada. Algunos gobiernos lo están intentando. En México, por ejemplo, los esfuerzos por posicionar Pueblos Mágicos como una alternativa al modelo sol y playa llevan ya más de una década. En Colombia, el turismo comunitario en el Pacífico y en la zona cafetera ha logrado captar la atención de un perfil de visitante menos masivo pero más dispuesto a recorrer, quedarse y gastar. En Estados Unidos, iniciativas como la promoción de parques estatales o rutas secundarias han tenido cierto impacto en el turismo doméstico postpandemia.
Pero la descentralización no ocurre sola. Requiere articulación entre autoridades locales, empresas del sector y comunidades. No se trata de dispersar visitantes al azar, sino de construir propuestas que sean sostenibles, rentables y deseadas por quienes viven en esos lugares. No todo territorio necesita o quiere turismo. Y no todo turista está dispuesto a renunciar a la comodidad de lo conocido sin un incentivo claro.
En América Latina, los desafíos son particulares; pues la infraestructura desigual, la dependencia de operadores concentrados en pocos hubs, los problemas de conectividad aérea y terrestre, y la falta de datos confiables hacen que muchas estrategias queden a mitad de camino. También hay un componente cultural: en muchos países de la región, los propios habitantes priorizan viajar a los mismos sitios una y otra vez, lo que refuerza los patrones de concentración.
Sin embargo, hay señales alentadoras. El aumento del turismo regional ha abierto oportunidades para destinos secundarios que antes no figuraban en la conversación. El interés creciente por experiencias de bajo impacto, el turismo gastronómico o el bienestar ha empujado a muchos viajeros a buscar rutas alternativas. La tecnología también facilita que pequeños prestadores lleguen a audiencias que antes estaban fuera de su alcance.
El turismo no va a dejar de crecer, y en muchos casos esa es una buena noticia. Pero sin una mirada de equilibrio territorial, lo que hoy parece una fortaleza puede volverse un límite. Es responsabilidad de quienes lideran el sector anticipar ese punto de quiebre y trabajar en modelos que distribuyan mejor los beneficios, reduzcan las tensiones sociales y mantengan la calidad del producto.
Los próximos años serán clave para que los destinos latinoamericanos definan si quieren seguir compitiendo por volumen o si pueden plantearse otro tipo de crecimiento. Descentralizar no significa resignar ingresos. Significa pensar el turismo con otros tiempos, otros espacios y otras prioridades. Y sobre todo, decidir qué tipo de industria queremos construir.